jueves, 5 de julio de 2012

Esbozo de crítica de la cultura contemporánea


La Posmodernidad considera inaceptable la pretensión de universalidad de la cultura europea, señalando la validez de todos los modelos culturales, e incluso elevando a dogma el relativismo cultural. La antropología cultural ha querido desplazar a la cultura como objeto de estudio de la filosofía. Pero esto ha llevado a las disoluciones.


El relativismo cultural ha fracasado en su intento de universalizar, o mejor dicho, de poner asimetría y traducibilidad absoluta entre las diversas culturas, lo que no es sino una idea más sobre el hombre como mero animal adaptado al medio. frente a esto se perdería el elemento constitutivo y diferenciador del hombre, que es la racionalidad. Husserl, inspirándose en Fichte, nos pone en la pista de una cultura universal en esta etapa de la globalización: la producción de una cultura que haga al hombre más humano, un orden moral del mundo, según su propia formulación del imperativo categórico kantiano. Ahora bien, estas decisiones individuales éticas que se irían conformando en comunidades de cultura junto con los otros requieren una determinación específica, la de querer formar parte de esa comunidad de cultura. En nuestra época predomina en cambio la cultura fáctica, donde hay productos culturales inauténticos u orientados no por un ideal ético, sino por el lucro. Las grandes compañías discográficas, las productoras de medios audiovisuales y las TIC (Tecnologías de la información y Comunicación) producen unos productos culturales de masas que, en pocos casos, están determinados por un ideal ético, o cuando lo están, solamente parecen estarlo, debido también a que los valores éticos de una comunidad cultural auténtica pueden convertirse a su vez en un reclamo o producto de autoconsumo. En este sentido podríamos decir que los valores fundados de Husserl se pasan finalmente a valores aislados o de la sensibilidad: un banco puede utilizar -y de hecho lo hacen a menudo- un valor de la cultura auténtica para vender un producto de la cultura fáctica, como cuando en publicidad nos presentan sus valores en obras sociales o su apoyo a los más desfavorecidos.

-Siguiendo a Husserl, no podemos decir que la cultura contemporánea sea "auténtica", pues, según el ideal de cultura sus miembros han de estar determinados por el ideal ético. O, al menos, no podemos decir que sea auténtica en un sentido absoluto o siquiera "mayoritario". Es cierto que hay elementos en la cultura contemporánea que podemos calificar de auténticos, en el sentido de pequeñas comunidades determinadas por el ideal auténtico, y que tratan de propagarlo a la manera de ese "principio espiritual" de Huygens, comparación usada por Husserl (estas comunidades "expandirían" o "irradiarían" el bien a su alrededor). Sin embargo esas comunidades determinadas por el ideal ético están lejos aún de determinar a la sociedad en una dirección. Parece más bien que la sociedad está marcada por la masificación, el individualismo y las miles de concepciones diferentes de vida buena o de un modelo de cultura ideal. Estos problemas inherentes a la democracia no ocultan que la concepción liberal de libertad -básicamente como "ausencia de coacción" se ha impuesto y que es muy difícil englobar a una entera sociedad en una dirección sin ningún tipo de "coacción", sin presentar lo que es mejor para el bien común de una sociedad y poner al margen lo que la amenaza con arruinarla. Y esa es una "coacción" que ha de venir de la autoridad establecida en primer lugar. No somos ángeles. 

-Por último, una mención a la filosofía. Es sabido que en el conjunto de la cultura fáctica imperante, la filosofía sólo se tolera como ilustración cultural de tipo histórico, que no influiría a nivel científico, como pretende Husserl, sino solamente en el estado de opinión general no profesional de la ideal. Esta preferencia de facticidad por racionalidad es un grave escollo para esa propagación del ideal de cultura que se propone.  

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