jueves, 6 de diciembre de 2012

Concilio Vaticano II, el aniversario (Vatican Two, we love you)



Con el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II (1962-1965) y la celebración del año de la Fe, se impone una reflexión en voz alta. 
En primer lugar, a cincuenta años vista, parece que ha cumplido uno de los objetivos principales que marcó el Papa Juan XXIII al anunciar su convocatoria: la puesta al día (aggiornamento) de la Iglesia en su nuevo modo de hablar al hombre contemporáneo, con una intención pastoral y la apertura al mundo a través de un modo dialógico y no condenatorio.
La puesta al día ha generado una nueva forma de entender la Iglesia para la gran mayoría de los católicos, e incluso podemos decir que ha dado a luz una nueva Iglesia, a pesar de la voluntad de hacer del Concilio un concilio pastoral, es decir, que no tuvo la voluntad de definir nada y que en la formulación de sus Constituciones, Decretos y Declaraciones carece de la forma jurídica de exposición y cánones subsiguientes de los concilios precedentes. Por tanto, nada nuevo en su contenido, sino en su aplicación. Sin embargo, en varias ocasiones los actores del concilio, entre ellos el entonces cardenal Ratzinger, teólogo personal del Cardenal Frings en el concilio, afirmaron que supuso "el 1789 de la Iglesia" y que textos como Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo, eran un verdadero "anti-Syllabus", refiréndose a la condenación de los errores de la modernidad o "modernismo" por los papas Pío IX y san Pío X. Textos como el citado y otros como Nostra Aetate y Lumen Gentium así lo corroboran.
Así las cosas, nos encontramos ante un auténtico proceso constituyente y no ante un simple acontecimiento pastoral. Es verdad que nuestro país tiene unas peculiaridades que retrasaron la aplicación del concilio hasta prácticamente la época de la Transición, pero eso no quiere decir que no se haya implantado.
Este "1789" en el seno de la Iglesia responde a los estándares de un proceso revolucionario típico, con sus diversas fases, ejecutado en tiempo récord comparado con los dos siglos que necesitó la célebre Revolución Francesa para asentarse:

-1) Preparación. Es sabido que desde mucho antes del Concilio, ya desde finales del siglo XIX -al menos claramente, si no antes-, la estrategia de los herejes fue la de permanecer en la Iglesia a toda costa, para constituir una "quinta columna", que desde dentro fuera desgastando la vida y doctrina de la Iglesia con ataques casi imperceptibles pero constantes, inyectando la secularización en pequeñas dosis. Tales fueron por ejemplo los intentos de atraer a católicos desprevenidos pero entusiastas a las reuniones ecuménicas y a los movimientos de acción social nacidos en el Protestantismo como "Rearme Moral", condenados por el Papa León XIII, o los primeros católicos llamados "liberales" por el Papa San Pío X al condenar el movimiento de la Democracia cristiana en Francia "Le Sillon". En el plano doctrinal, el mismo Papa condenó en la Encíclica "Pascendi" y en el decreto "Lamentabili" la introducción en algunos seminarios de filosofías modernas que acusaban a la Escolástica de estar anticuada y de ser inservible como método. Aún así, la mayoría del pueblo cristiano permanecía ajeno a estos embates y conservó la fe íntegra.

-2) Proceso revolucionario. Durante el llamado "breve" siglo XX, las fuerzas se dirigen a transformar la teología según esos parámetros: Pío XII habrá de intervenir para condenar la Nouvelle Theologie, asentar la doctrina del pecado original y la gratuidad del orden de la gracia en la encíclica Humani Generis (1950). A pesar de sus esfuerzos, brotan con más fuerza que nunca corrientes que van en la dirección contraria: autores como Teilhard de Chardin, Karl Rahner, Henri de Lubac, Daniélou o Hans Urs von Balthasar se convierten en paladines de una supuesta nueva vitalidad del pensamiento teológico, so capa de libertad de investigación, y aunque entre sí divergen en sus posturas, tienen en común la voluntad de crear un nuevo "marco de referencia" para los católicos en sus creencias, su moral y su vida. Cuando Juan XXIII convoca el Concilio, el ambiente estaba preparado aprovechando la pujanza de una situación histórica hirenista (optimismo exagerado), con una esperanza puesta exclusivamente en los mesianismos terrenales y la efervescencia de una generación que rechazó las instituciones seculares creadas por la civilización cristiana, como la familia o las tradiciones precedentes. Este ambiente tenía especial presencia entre la juventud centroeuropea y anglosajona, y menos en los países latinos y sudamericanos.
En el Concilio se vio que precisamente los Obispos centroeuropeos, constituidos como "la Alianza europea" (Conferencias episcopales alemana, holandesa , francesa y austríaca, entre otras) tenía un plan estratégico para tomar los puestos de dirección mediante un dominio aplastante, usando la protesta asamblearia y los medios panfletarios, pues como se vio después, llegaron a imprimir un millón de folletos informativos para los más de dos mil Padres conciliares tratando de influir en su voto al redactar los textos. De este modo lograron cambiar el sistema de mayoría de voto y deponer la Comisión Teológica propuesta por el Papa, que formaban los cardenales de la curia romana en su mayoría. En medio, toda una historia de desatenciones y desaires a las proposiciones y protestas del grupo de Padres conservadores, menos organizados y con menos medios económicos.

-3. Proceso constituyente. Es el nuevo marco de referencia para la Iglesia a partir de entonces. Son los nuevos textos (Documentos, Decretos, Declaraciones) del Concilio. De cómo se redactaron se infiere que la división era grande; la Dei Verbum, constitución dogmática sobre la Divina Revelación, como botón de muestra, tuvo nada menos que nueve redacciones. Pero la maquinaria de la Allianza europea se impuso y para la conclusión del concilio se había consumado el proceso constituyente. Una revolución en toda regla se mostró imparable en los primeros años del posconcilio y fue mucho más allá de éste, produciéndose defecciones en masa de sacerdotes, religiosas, aberraciones litúrgicas, manifestaciones callejeras y parroquiales contra la jerarquía y un largo etcétera. Cuentan que el cardenal Quiroga Palacios, de Santiago de Compostela, murió del disgusto poco tiempo después de que unos seminaristas pro comunismo le recibieran en la puerta del seminario con petardos e insultos en 1971.

-4) "Segunda República" de la era "imperial" de Juan Pablo II. A semejanza con la obra de Napoleón, Juan Pablo II encauza y estabiliza, le da forma, a la nueva Iglesia salida del Concilio, que, después del período agitador, entra en otro sosegado, pero no menos revolucionario. Su liderazgo mundial bien recuerda a aquel proyecto que el mismo Napoleón explicaba:

"Cuando restablecí los altares, cuando protegí a los ministros de la religión como merecen ser tratados en todos los países, el Papa hizo lo que le pedí: apaciguó los espítitus, los reunió en su mano y lo puso en la mía...El Papa me conservó en el exterior del Catolicismo, y con este prestigio y mis fuerzas en Italia, no desesperaba, tarde o temprano, por un medio u otro, de llegar a dominar al Papa, y conseguido esto, ¡qué influencia y qué palanca de opinión sobre el resto del mundo! Yo tenía mi plan y él no lo conocía...Todos mis grandes proyectos se habían cumplido bajo el disfraz y el misterio. Yo iba a elevar al Papa desmedidamente, a rodearle de pompas y homenajes, hubiese hecho un ídolo de él, hubiese permanecido a mi lado, París se hubiese convertido en la capital del mundo cristiano y yo hubiese dirigido al mundo religioso igual que al político" (Memorial de santa Helena, T. V, pgs. 384-401, citado por Jean Ousset, Para que Él reine, p. 225-226).

-5). "Restauración" de Benedicto XVI. A pesar de dar pasos importantes como el Motu Proprio Summorum Pontificum, el Papa ha subrayado la plena vigencia del Concilio como el único camino para la renovación de la fe en el seno dela Iglesia. en el aspecto de gobierno ya vemos que no ha tenido tino en sus nombramientos curiales. Pero la revolución sigue, nos vemos abocados a una situación de hecho insostenible por mucho tiempo y a la lucha cada vez más clara de aquellas dos posiciones que un día se enfrentaron en el curso del concilio, aunque con los matices propios de una nueva época: por un lado, los "conservadores" representan una nueva ortodoxia, la ortodoxia del Concilio, los que pertenecen a la hermenéutica de la continuidad , que creen en la no -ruptura del Vaticano II y reniegan de la Iglesia histórica. Reivindican el estar en sincronía con el mundo moderno, formados por los nuevos movimientos y asociaciones de seglares bendecidas y promovidas por Juan Pablo II; por otro, los católicos que profesan la doctrina de siempre o "tradicionalistas", una parte testimonial aunque con mucha vitalidad, a pesar de sus grandes dificultades, críticos con la doctrina conciliar y en el lado opuesto, los que quieren aplicar el concilio en sentido regenerativo de la Iglesia: llevar a su término lo que se comenzó, llevar a cabo las reformas que todavía faltan (abolición del celibato, ordenación de mujeres, iglesias asamblearias, etc.) para culminar el proyecto. Por último el pueblo despistado, víctima de la secularización, que todavía pulula por las iglesias-un catolicismo sociológico cada vez más decadente, en el caso de nuestro país-, que concibe la Iglesia como una realidad unívoca donde siguen mandando los jefes, existe una fe muy religiosa y funciona todo como un reloj, aunque en el fondo no parece que le de mucha importancia a nada. Hay que reconocer que la Televisión, emitiendo los grandes actos (sobre todo con la juventud) del Papa, ha contribuído a crear este mito, creído a pies juntillas por el pueblo no avisado. Vestigiis hostis absistent, han perdido el rastro del enemigo.

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