viernes, 4 de octubre de 2013


Una película:

Confesiones verdaderas (“True confessions”, 1981).


Ficha técnica en IMDB: http://m.imdb.com/title/tt0083232/

Argumento

Basada en una novela homónima, la película cuenta la historia de la reconciliación de dos hermanos, sacerdote uno (Desmont Spellacy, interpretado por Robert De Niro) y el otro policía (Tom, interpretado por Robert Duval). Distanciados porque el sacerdote es el preferido de su madre, su relación acaba de romperse por la investigación que debe hacer el policía a raíz de la muerte de un párroco en un burdel. El asesinato de una prostituta lleva a descubrir su vínculo con personajes poderosos cercanos a la Archidiócesis de Los Ángeles. El detective Tom Spellacy intuye que el principal sospechoso es un magnate de la construcción, Jack Amsterdam, que dona grandes sumas de dinero a la Archidiócesis y facilita que se edifiquen escuelas, hospitales y grandes proyectos de la Iglesia promovidos por el joven y ambicioso monseñor de la Curia Desmont Spellacy, hermano del detective, que se debatirá entre su exitosa y ascendente carrera eclesiástica, o comprometerse con la investigación y dejar en evidencia a las altas esferas diocesanas, debido a la influencia y el poder de Amsterdam –nombrado “católico seglar del año”- ante el Cardenal Danaher.

Estilo cinematográfico

Con una técnica narrativa relativamente simple-el flashback- este drama policíaco logra mantener el interés del espectador a pesar de un ritmo algo lento al principio. Este modo de narrar no se recuperará hasta el final, lo que contribuye a mantener la línea argumental de forma continuada. Es de notar el uso de exteriores en el desierto para las escenas iniciales y finales, con un horizonte amplio a campo abierto, en las que se localiza la parroquia perdida a la que se retira el anciano Padre Fargo, que evoca la libertad y de alguna manera la autenticidad de una vocación religiosa que prueba su valor apartada de los grandes centros de decisión, que recupera las esencias y soportando por amor a Dios ese ostracismo. Contrasta con el uso de interiores para las oficinas de los Ángeles, sus burdeles, la lujosa rectoral de la curia diocesana y la magnífica iglesia donde se celebra la misa solemne que abre la película. Es precisamente en esta escena donde comprobamos la buena documentación en lo que respecta al rito romano, tanto en la Misa como en la confesión. Y la confesión no está incluida en el título de la película por casualidad. Los hechos de la película se sitúan en los años cuarenta, en los que los católicos norteamericanos conocían perfectamente el llamado catecismo de Baltimore, y eso se refleja en lo bien que se sabe confesar hasta el aparentemente impío magnate Jack Amsterdam, quien, a pesar de llevar veinte años sin acercarse al confesionario, conoce las fórmulas a emplear. Por otra parte, se remarca el sigilo sacramental, pues no admite asuntos ajenos a la acusación de los pecados, motivo de conflicto con sus de sobra conocidos penitentes. A pesar de ello, en este sublime ministerio del sacramento de la Penitencia monseñor Spellacy muestra su falta de entrega en el ejercicio de ser juez y médico de las almas. De las sucesivas confesiones que se muestran, la más interesante es la del propio sacerdote protagonista, que se acusa de sus pecados ante el anciano Padre Fargo. Se configura así un cuadro de dramatis personae completo para el drama que se desarrolla.


Los personajes
Tres son a nuestro juicio los principales ya mencionados: monseñor Desmont Spellacy, el padre Fargo y Tom Spellacy, el detective.
-Mons. Desmont Spellacy es un joven sacerdote de gran talento que tiene la virtud de desenvolverse muy bien en la vida social y en el trato con gente influyente, de la que consigue numerosas donaciones para grandes obras católicas de caridad y educación. Esto le aporta prestigio ante el cardenal de la Archidiócesis, que ve en él un sacerdote modelo “que hace lo que le dicen”-frase lapidaria de la película-, quien lo recomienda para Obispo Auxiliar. El asunto turbio de la muerte de la prostituta, que puede salpicarles, ilumina la personalidad del personaje de De Niro, que no titubea al ejecutar la cruel orden de destituir al Padre Fargo, tras muchos años de servicio, y tratar de asignarle un puesto de segunda como capellán de hospital. Su relación con su hermano Tom, detective, tampoco es buena: lo considera el hermano rebelde con vida disoluta que ha disgustado a su madre.
-El P. Fargo. El diálogo con el P. Fargo tras la confesión del monseñor revela la distinta concepción del sacerdocio que tienen ambos: el anciano sacerdote le recuerda que uno se ordena para perdonar a los pecadores, consolar a los enfermos y acoger a los pobres. Su libertad de espíritu se manifiesta en las conversaciones que tiene con Mons. Desmont y con el mismísimo cardenal: le reprocha al joven Desmont su apego al poder: “te gusta el poder”. A lo que le responde: “Sí, pero con él se pueden hacer cosas buenas”. Frente al cardenal, ante el cariz que toman las cosas en la Diócesis, el P. Fargo afirma: “cada vez me siento menos sacerdote y más un empleado de una empresa constructora”, lo que provoca las iras del Prelado y acelera su destitución. Un lacónico “lo siento” es todo lo que recibe de Monseñor Desmont, su joven pupilo, que por un lado parece reconocer la verdad de la doctrina que vive su consejero espiritual en los comienzos de su vocación, pero por otro escoge codearse con los poderosos y contentar al mundo, engañándose a sí mismo a través de una obediencia que se revela en el fondo inauténtica. Incluso en el porte vemos la gran diferencia entre estos dos sacerdotes: Monseñor Spellacy va siempre de punta en blanco, con el pelo engominado y cambia de look según lo exijan las circunstancias (según tenga partido de golf, una recaudación de fondos o una boda), y el P. Fargo no aparece más que con una vieja sotana con la que corta los setos.
-Tom Spellacy es un detective de homicidios curtido en los bajos fondos y disgustado consigo mismo por la vida que ha llevado. No es un hombre familiar: frecuenta prostitutas y es duro con los demás. Sin embargo, su procedencia y educación católicas parecen resonar en lo hondo de su alma, pues se confiesa y todavía tiene capacidad de escandalizarse de algún modo ante la corrupción que conoce tan bien, pero que no acepta, en algunos hombres de Iglesia; siente responsabilidad ante su trabajo y lleva mal que su madre prefiera a su hermano por ser sacerdote. A pesar de todo, demuestra mayor amor a la verdad cuando empieza a descubrir que llegar hasta el final en su investigación puede comprometer a su hermano, que, sin embargo, titubea. En el flashback final se reconciliará con él al conocer que está en las últimas y mostrará su nobleza humana.


Crítica
Globalmente considerada es una buena película, aunque contiene escenas escabrosas e inapropiadas. Nada que objetar a la interpretación de los actores, que son de primera línea (sobre todo De Niro y Duval). Tampoco a los detalles técnicos que ya hemos mencionado. No la recomendamos para todos los públicos en el sentido de ver una película “de sacerdotes” sin más, pues propone cuestiones que suponen cierta formación acerca de lo que es un sacerdote –o lo que debería ser-. El mismo hecho de plantear dos modelos sacerdotales ya presenta un problema (con la dificultad añadida de que entre los dos modelos, el que juzgamos erróneo se muestra en la película como patrocinado por la jerarquía y garantía de éxito), cosa a tener en cuenta para el que pretende ponerla para grupos o personas no avisadas. Será en todo caso a grupos maduros en la fe, ya advertidos previamente acerca de esta problemática y dispuestos a asomarse a los abismos de la miseria humana que es objeto del ministerio sacerdotal. Muy recomendada en cambio a seminaristas en sus primeros años, o personas que después de determinado discernimiento, ha pensado en el sacerdocio y necesitan verlo en la vida misma, sin maquillajes o propagandas que dulcifiquen o distorsionen el ideal de ser nada menos que ministro del mismo Jesucristo.
No se olvidará que la película presenta problemas reales, aunque dramatizados, que se pueden dar en cualquier diócesis, pero muy característicos de la Iglesia en los Estados Unidos. Allí, al no haber subsidios ni ayudas por parte del Estado, debido a la tradición liberal clásica del país, la Iglesia debe autofinanciar exclusivamente con donativos las obras de beneficencia que pretenda realizar. Esto lleva a los párrocos a emplear la mayor parte de su tiempo a buscar dinero con el que mantener las Cáritas parroquiales o los bancos de alimentos, además de tener que pagar a empleados o reparar los templos. No obstante esta dificultad, estamos de acuerdo con la afirmación de la película en boca del Padre Fargo: “me siento cada vez menos sacerdote y más un empleado de una empresa constructora”. Las raíces de este problema se remontan al llamado “Americanismo” condenado por el Papa León XIII en su carta Testem benevolentiae (1899) al cardenal Gibbons de Baltimore. Esta herejía pretendía, con la excusa de ganar a los más alejados de la Iglesia, disminuir o suprimir algunos contenidos de los dogmas de fe y calificaba las virtudes naturales como preferibles en la práctica a las sobrenaturales, negando que toda virtud proviene de la asistencia divina. Además, la vida activa se suponía según esta errónea visión como superior a la contemplativa; en palabras del papa “Ninguna diferencia de dignidad debe hacerse entre quienes siguen un estado de vida activa y quienes, encantados por la soledad, dan sus vidas a la oración y mortificación corporal”. La labor externa, necesaria sin duda, no le corresponde al sacerdote en primera instancia, pues es hombre del sacrificio de la Misa y de la oración por su pueblo, además de practicar las obras de misericordia (sobre todo espirituales), como parte de la cruz que todos hemos de llevar. Cabe pensar sin temor a exagerar que la secularización del sacerdote en la práctica (que se ve en el hecho de poner en primer lugar las obras exteriores, por mucho que sean buenas) termina en diluir la identidad sacerdotal.

Preguntas para la reflexión en grupo
1.       ¿Piensas que monseñor Spellacy es una figura atractiva? ¿Por qué?
2.       ¿En qué se diferencian, aparte de la edad, Monseñor Spellacy y el Padre Fargo?
3.       ¿Son sinceras las confesiones que se suceden en la película? ¿cuál te ha parecido más interesante? Razona tu respuesta.