martes, 6 de diciembre de 2011

Sobre el concepto de “tradición” (con minúscula)

Brunero Gherardini, profesor de Eclesiología de la Universidad Lateranense de Roma durante cuarenta años, comenta en su libro Vaticano II: una explicación pendiente, publicado recientemente en España por Gaudete, que se impone una profunda reflexión teológica acerca de la ruptura del citado concilio con la Tradición de la Iglesia. Tarea que declara inmensa, aunque ya se ha reflexionado bastante durante estos últimos cuarenta y seis años en esa dirección, sobre todo por el ejercicio crítico que ha hecho la Hermandad de San Pío X (hecho que se omite en la obra), quedando clara la ruptura en puntos fundamentales como son la Liturgia y la libertad religiosa.

Nótese que el título de este post, “tradición” con minúscula, pues con mayúscula nos referimos a una de las fuentes de la Revelación divina, junto con la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia. Gherardini señala que esa “tradición” con minúscula se refiere a esas tradiciones particulares que han surgido en cada tiempo y lugar como fruto de esa otra Tradición apostólica. La primera depende de la otra como del río a su fuente, y no se pueden desgajar. Lo que el autor llama la “vulgata” del Concilio (la interpretación dominante tras el mismo, que se ha convertido en un lugar común o un quasi locus theologicus) ha tomado esa tradición como un adherido de la época carolingia, fundamentalmente. Adherido que seria necesario purgar, según los modernistas, para que la Iglesia se despojara de lo accidental y recobrara lo auténticamente evangélico.
Lo difícil aquí es determinar si esas tradiciones son parte de la cadena apostólica, aunque no su esencia, o si son prescindibles a la luz de los mismos principios de la Iglesia. En este sentido Gherardini hace un llamamiento para que el concepto de tradición sea estudiado desde la antropología y la filosofía con profundidad, tarea que llevará años.
Cuando oímos hablar de “tradición” en el ámbito filosófico, o en ámbito tradicionalista, nos viene la idea de un movimiento político-hoy lamentablemente omitido en los manuales universitarios de filosofía política-, unido a la idea de propiedad y familia como ejes vertebradores de la sociedad. Sin embargo, esta tradición política, valga la redundancia, tiene más de costumbre que de teoría. Aunque no podemos dejar de mencionar a autores tan importantes como Burke, Donoso Cortés, etc no se agotan aquí todas las virtualidades de ese concepto, creemos que ni en el ámbito filosófico ni en el teológico.
En el ámbito filosófico, al menos recientemente, ha sido Alasdair McIntyre quien se ha ocupado más de la tradición. Para él, es “un argumento sostenido en el tiempo” frente a las diversas circunstancias, siempre cambiantes. Se supone que es un mismo argumento, pero que no cambia en su principio, sino en su formulación (hablamos del ámbito filosófico, no del problema de la evolución del dogma planteado sobre todo por J.H. Newman).Esta formulación se da -cuando se pone en cuestión- en una tensión con lo que lo confronta – y ha de desplegarse teniendo en cuenta la significatividad, es decir, que el conjunto de costumbres que representa la tradición no traicione el principio del que deriva. Mc Intyre indica incisivamente (en su obra After Virtue) que el conjunto de tradiciones particulares tienen importantes implicaciones para la antropología y la ética, pues es el punto de partida desde el que cada uno descubre e interpreta el mundo, su hogar mental, como se podría decir.

La propuesta de McIntyre merece ser estudiada. Para muchos bastará con presentar su aval: ha sido calificado de dogmatista (no oculta que se inspira en la encíclica Aeterni Patris de León XIII), y de querer echar a perder el proyecto ilustrado. Lástima que no lo haya logrado ya.